La forma de ver y percibir el mundo, de estar en la vida, es distinta. No somos iguales entre nosotras y ni siquiera nos parecemos a los hombres porque somos diferentes desde el momento que nos conciben. No somos ni mejores, ni peores. Simplemente somos otro concepto.

Me encanta pensar que tenemos un sueño en común, principesco y mágico. Las mujeres pueden amar y tener mucha rabia a la vez, pero siempre habrá algo que les hace sentir conectadas con la otra persona. Somos un maravilloso mundo de emociones, de ideas, de pensamientos y no paramos. Y cuando paramos es porque ya no podemos más. Sentimos profundamente y la vulnerabilidad que a menudo mostramos, nos hace más bellas y fuertes. Porque detrás de una lágrima hay mucho más que un simple malestar, hay una impotencia de ser perfectas y una perenne búsqueda para empoderar nuestro ser. Sentimos mucho, y cuando sentimos de esta forma tan especial, no nos aguantamos y tenemos que sacarlo, exteriorizarlo y, si es posible, contárselo a todo el mundo.

Somos entusiasmo, cariño y cuidado. Somos madres, hijas, hermanas, amigas, esposas y amantes. Somos energía vital, damos y creamos vida alrededor nuestro.

Somos observadoras inestancables y cuando paramos de observar hacia fuera nos vamos hacia dentro y empezamos un viaje tal vez precioso, tal vez extremadamente duro. Aceptarnos y hacer que nos acepten es un gran reto para nosotras y por eso no paramos de ponernos en discusión, de pensar que lo habríamos podido hacer mejor. Somos auto exigencia que paraliza y asusta en ciertas situaciones y en otras nos hace sacar lo mejor de nosotras.

Somos matices de colores, somos amor, enfado, rabia, tristeza, felicidad, necesidad, belleza, calor, cuidado y acción.

Somos, simplemente somos el todo. Y siempre seremos la luz que ilumina y rige el mundo.