Hablemos del suicidio: la herencia recibida

Cualquiera de nosotros, en cualquier momento, podemos ser susceptibles de encontrarnos en circunstancias de riesgo.

No supe lo que era el suicidio hasta ser una adolescente. La primera vez que escuché que alguien se había suicidado, me produjo una gran curiosidad. No daba crédito a que esa posibilidad pudiera existir para llegar a la muerte. A partir de ese momento, comencé a escuchar más casos y a atender a los rumores que circulaban en torno a esas muertes. Siempre acusaban a una misma razón: la enfermedad mental.

Sin embargo, ya siendo adulta y ejerciendo de maestra, un padre de un alumno se suicidó. Una familia muy querida, un niño maravilloso, una economía saludable. Aquel suicidio me ensordeció. Esa persona no tenía una enfermedad mental. Ninguno de los que lo conocíamos pudimos sospechar que quería acabar con su propia vida. El rastro de dolor que dejó fue indescriptible.

Hoy sé que esa persona está entre el millón que se quitan la vida cada año en el mundo. Sé que es posible que su muerte se hubiese podido evitar.

Pero allí se produjo el silencio. Nadie le nombraba. Nadie hablaba de lo que había pasado. Quedó enterrado para siempre. Pero sé que, en los corazones de todos, aquello seguía vivo. Aún hoy pienso en ese niño, en su dolor y su incomprensión ante lo sucedido.

Necesitamos aprender a actuar frente al suicidio en general, a detectar los signos de alerta, a hablar de ello, a prestar ayuda, a escuchar, a apoyar y a acompañar.

No es un problema de algunos. A todos nos pisa los talones el suicidio. La respuesta está en toda la sociedad. Liberarnos de mitos y prejuicios en torno a este tema es lo primordial. Y para ello lo mejor es hablar. Quitar ese manto de silencio, oscurantismo y estigmatización.

Tenemos derecho y la obligación de saber cuántos de nosotros mueren cada año víctimas de sí mismos

A lo largo de la historia hemos venido acarreando una lucha de enfoques hacia el suicidio, que no han hecho más que hacernos herederos de un sinfín de prejuicios, estigmatizaciones, mitos y falsas verdades.

Por eso es absolutamente indispensable quitarnos las vendas de los ojos y empezar a mirar esas historias. No dejan lugar a dudas sobre la crueldad con la que se ha abordado el suicidio. Exceptuando al arte, que han decidido romantizarlo, dándole una vuelta hacia el heroísmo, lo cual generó consecuencias que nos llegan hasta hoy: el suicidio por imitación y el pacto de silencio.

Es importante saber el origen del pacto de silencio, porque está justificando un enfoque negador y oscurantista, a la vez niega la desaparición de un millón de personas al año e ignora el dolor colateral de otros seis millones de familiares.

Primero fue la locura, luego el delito y luego la enfermedad mental. A cada una le corresponde su estigma, tanto para el suicida como para su entorno familiar y social.

Las cifras no mienten. Cada millón de suicidios al año, deja seis millones de afectados. Negar la realidad es imposible, los supervivientes y familias afectadas necesitan ayuda. Y todos necesitamos saber por qué estamos expuestos al riesgo suicida.

Una abrumadora cantidad de casos de suicidio tiene como problema de fondo la salud mental. Debemos saber en qué manos dejamos la atención a nuestra salud mental. Vivimos en la dictadura de la serotonina y eso nos lleva a depender de un fármaco u otro. Una de cada cuatro personas sufrirá de enfermedad mental alguna vez en su vida. Y la mitad de los casos de depresión permanece sin ser identificado ni atendido. Una de cada tres personas puede presentar ideas suicidas. Estos niveles de desatención, son negligencias que no se dan con cualquier otra afección física, y se pagan con la vida.

Identificar los trastornos emocionales con debilidad, fragilidad y derrota, o negarlos es una negligencia con nosotros mismos. Nos aterra volver los ojos hacia nuestro mundo interno.

La herencia recibida

Todos nuestros prejuicios y concepciones previas, ideas y actitudes ante el suicidio tienen un origen. El concepto de suicidio se ha ido construyendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días, con la influencia de las distintas perspectivas religiosas, la justicia y las actitudes sociales del pasado.

En la tradición clásica se establecen en la literatura y el arte unos cánones morales del suicidio heroico. Lejos de convertirlo en una realidad angustiosa, eleva al suicida sobre sus desgracias y sus congéneres, convirtiéndoles en dioses o héroes.

Quien no es capaz de cuidar de sí mismo, tampoco es capaz de cuidar a los demás:

Con esta idea los romanos condenaban el suicidio sin explicación evidente.

  • Se le despreciaba y no se le daba sepultura.
  • Le cortaban la mano derecha y se la apartaba del cuerpo.
  • Se prohibía el funeral con honores de sepultura.

La concepción social del suicidio ha ido evolucionando lentamente con el paso del tiempo. Sin embargo, el carácter proscrito y esa condición marginal que se le atribuyó desde la perspectiva cristiana y europea fue dejando ese fondo de rechazo en la conciencia colectiva. Aún no hemos podido borrar siglos de incomprensión y de repulsa. Heredamos una historia de castigos y criminalizaciones y es necesario asumir ese legado para construir una nueva visión del suicidio.

En la base del debate sobre el suicidio deben estar el millón de personas que acaban con su vida al año. Lo hacen porque su sufrimiento es insoportable, hasta el extremo de abandonar sus seres queridos para siempre, transgredir sus convicciones religiosas, destruir a quienes les aman. Abordar este sufrimiento psíquico es de urgente necesidad.

Asumir la evolución del suicidio a lo largo de la historia, nos hace conscientes del papel que jugamos hoy en día como sociedad. Ya no arrastramos cadáveres, pero sí seguimos ocultando el suicidio. Las familias siguen siendo estigmatizadas. La Iglesia no aclara sus protocolos. La salud mental no es prioridad para nuestra sociedad, ni para la sanidad. En España tenemos la mitad de psicólogos y psiquiatras que en el resto de Europa por cada paciente. El bienestar organizacional que las empresas deben asegurar a sus empleadxs aún no es suficiente.

Los medios de comunicación no tratan la información, la silencian, por temor a generar contagios o imitaciones.

Hablar de ello es el primer paso para derribar el tabú. Educar e informar en la conducta suicida, en los signos y mensajes de alerta, en las formas de ayudar y no subestimar la ayuda que podemos brindar.

Pasar de una actitud pasiva a una proactiva y consciente por parte de todos puede ayudar a salvar vidas, de tal forma que si te regalo mi reloj no lo cojas dándome las gracias sin más. Deberías decirme: «Ven, siéntate y dime qué te pasa».

El bienestar personal para convivir en sociedad y tener una vida más plena y satisfactoria debe convertirse en nuestra prioridad.

Vivir más conscientemente la vida y lo que nos rodea nos hará «darnos cuenta» de lo que nuestro amigo, vecino, familiar o persona cercana está sufriendo.

Las redes sociales no nos hablarán de ello, no son noticia, no son entretenimiento ni son tendencia. Es responsabilidad de cada unx de nosotros acercarnos al otro, salir de nuestra burbuja e ir al encuentro con el otro. Es nuestra verdadera misión como seres humanos.

Fuente: La mirada del suicida de Juan C. Pérez Jiménez

 

 

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TERESA ESCOBAR

PEDAGOGÍA DE LA MUERTE