Proteger la infancia, para proteger nuestro presente y nuestro futuro.

«Proteger la infancia, para proteger nuestro presente y nuestro futuro» Gabriela Mistral

PROTEGER LA INFANCIA PARA PROTEGER NUESTRO PRESENTE Y NUESTRO FUTURO.

Hace pocos días que ha entrado en vigor la Ley de Protección de la Infancia y la Adolescencia.

EL sólo hecho de que esta ley tenga que ser redactada y sea necesario hacer respetar su contenido muestra las carencias tan enormes que existen en nuestra sociedad respecto de la calidad de vida, de la cobertura de las necesidades y, en una palabra, del bienestar de los menores de forma global.

Por supuesto esta ley hace mención a muchas cuestiones que tienen relevancia a nivel jurídico (protección del menor, su integridad, su intimidad, garantías especiales del menor víctima, el menor como víctima de violencia y modificaciones en el proceso para prevenir y castigar de forma especial estas situaciones etc), pero que lógicamente todas ellas realmente tiene un origen, un trasfondo y un objetivo que va mucho más allá. Tiene un contenido esencialmente emocional y mucho más cotidiano, porque al margen de todo aquello que tiene que ver con el derecho, los juicios, los delitos que interesan la figura del menor, en esta ley, existe un contexto que nos lanza la siguiente pregunta ¿qué necesita un niño o una niña para ser feliz y sentirse protegido?

ACCIONES…

La niñez es un momento especial de la vida en la que tienen importancia todas la variables posibles e imaginables, tanto para su presente como su futuro, y tanto físicas como psicológicas. Aunque podríamos resumirlo en una palabra: su ENTORNO. Es decir, todo lo que rodea a un menor, y como lo vive: su familia, amistades, educación, docentes, sanidad, ocio, entretenimiento, recursos económicos…

Deberíamos empezar por cuidar todo ello para que aquellos menores que lleguen a necesitar la cobertura de le legislación como la antes comentada sean los menos posibles.

Es más que adecuado poner el foco en aquellos niños y niñas que sus familias necesitan más recursos económicos, que demanden necesidades especiales en la educación, que carezcan de lugares seguros de ocio en su entorno, pero sin olvidarnos de aquellos menores en peores situaciones, que directamente no tienen recursos económicos, no acceden a la educación y no tienen tiempo para ocio, e incluso, tampoco familia. Estoy pensando en la olvidada figura de los denominados menas, menores no acompañados.

Por mi lugar de residencia actual convivo y veo de cerca esta problemática. Es una realidad con la que poco a poco intento establecer un contacto mayor. Son en su aplastante mayoría niños, varones, sin nada que perder. Las personas que viven en contacto con este fenómeno por cercanía tienen una visión del fenómeno comprensible y únicamente negativa, ya que desde un punto de vista humano, y lógico, lo desconocido, lo que no controlamos y además vemos fuera de control, nos genera miedo e inseguridad.

La gestión de la vida y cuidado de estos menores está completamente olvidada, desorganizada y descontrolada. Y como ocurre siempre, todo está interrelacionado. Las familias de la zona tienen miedo de estos menores no acompañados, de que agredan o intenten a atracar a sus hijos cuando van solos por el barrio, y el odio hacia ese colectivo aumenta, y los recursos que se destinan a su atención son escasos.

¿Cuál podría ser la solución?

La EDUCACIÓN como siempre es la base. Pero educación en varios sentidos:

  • Educación de los menores: No tiene sentido asumir la tutela de uno menores porque desde el punto de vista legal sea la única salida, y jactarse además desde la política de que lo contrario sería una aberración, para luego consentir que su día a día sea el de vivir en las calles, sin educación, intentado incluso colarse en un barco, a veces con prácticas muy peligrosas, para poder llegar a la península y “a Europa”. Esto no es tutelar a unos menores.
  • Educación de los menores del entorno: Es preciso entender también por los niños y niñas que residen en lugares con esta problemática de que se trata de personas que viven una realidad muy excepcional, y que su forma de actuar, a veces no demasiado correcta, es fruto de su drama personal. Empatizar.
  • Educación social: Los niños y niñas nacen sin prejuicios, y muchos de ellos vienen de lo que ven y aprenden de sus adultos. ¿Queremos educar a nuestros hijos en esas ideas preconcebidas? La educación de los adultos, de la comunidad en general, que cuenta ya con una serie de ideas prestablecidas es fundamental para que la atención a los menores no acompañados sea más factible y posible desde el punto de vista de la inversión en recursos.

Con los acontecimientos que tuvieron lugar en Ceuta de hace algunas semanas, vimos como cientos de menores ansiaban cruzar a “Europa” y que algunos lo hacían incluso poniendo en riesgo su propia vida, un ejemplo de desesperación y valor. No tiene sentido generalizar, ya que una muestra de un grupo de menores no acompañadas nos dará resultados en sus perfiles como nos encontraríamos en cualquier grupo amplio de menores de nuestro entorno, siempre habrá perfiles menos y más problemáticos, pero asumir que esta realidad es común a la población nos ayudará a desterrar muchos prejuicios.

Pienso que reflexionar sobre todas estas cuestiones podría ayudarnos a poco a poco trabajar  para poner el foco en estas cuestiones y empezar a movernos del miedo y el rechazo hacia la cautela y el reconocimiento.

Y para ello… empezaremos por EDUCAR.

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Tamara Martínez

Mediadora y Docente

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